Hace unos días, hablando con un amigo, me quedé petrificada ante las barbaridades que, a mi parecer, salían de su boca. Miembro de la Junta de Gobierno de una Hermandad –una cualquiera, que para el caso da lo mismo– comentaba el hecho de que los Estatutos no permitían acceder al cargo máximo, Hermano Mayor, a ninguna mujer, no siendo así para cualquier otro cargo. Afirmaba, sin embargo, no estar de acuerdo en absoluto con la participación femenina en el órgano directivo de la Hermandad. Y es que, según mi amigo, las mujeres hacen una tragedia de cualquier nimiedad que un hombre solucionaría con un par de palabras. No pude menos que llevarme las manos a la cabeza ante semejante disparate.
Pero no había salido aún de mi asombro, cuando continuó diciendo que no le gustaba que las mujeres hicieran la estación de penitencia vestidas de nazareno. Como defensa a su postura, alegaba que “históricamente, los nazarenos habían sido hombres”. Desde luego, en eso tenía toda la razón. Históricamente, las mujeres no se vestían de nazareno; ni tenían derecho al voto, ni podían participar en las representaciones teatrales, ni formar parte del gobierno, ni crear un negocio sin el consentimiento de su marido... y así, un largo etcétera.
El argumento histórico me parece el más patético intento de justificar lo injustificable. Afortunadamente, las sociedades cambian, evolucionando hacia formas más avanzadas que tratan de eliminar las injusticias cometidas “históricamente”. Aún así, existen todavía numerosas desigualdades que es preciso paliar.
Son muchas las Hermandades que se han negado a aceptar “nazarenas”, sucumbiendo finalmente ante la necesidad de supervivencia (hecho cercano para todo arahalense). Pese a ello, yo preferiría que la aceptación plena de la mujer en las Hermandades fuese por convicción, no por obligación. No pretendo llevar a cabo una defensa de la mujer a capa y espada, pero creo que somos suficientemente civilizados como para seguir manteniendo posturas arcaicas que no conducen a ninguna parte.
Todavía no he logrado salir de mi estupefacción, sobre todo teniendo en cuenta el origen del discurso. No se trataba, como puede pensarse, de una persona de edad avanzada, a la que suele acompañar una mentalidad más cerrada. En absoluto. La persona en cuestión es un chico joven, universitario (por lo que también se descarta la estrechez de mente que puede ocasionar en ocasiones la incultura)... Por desgracia, todos tenemos un amigo (algunos incluso dos – seamos optimistas), que piensa que las Hermandades son cosa de hombres. En fin, tal vez no esté realmente extraviado el eslabón perdido; sólo hay que saber dónde buscar.
Arahal, enero de 2004
miércoles, 4 de abril de 2007
"Nazarenas"
En 2004, mi amigo Kuto me pidió que escribiera un artículo para la revista cofrade "El candelero". Bueno, la verdad es que me lo pidió en 2003, pero yo no fui capaz de escribir nada hasta última hora. No obstante, al final me pasó algo que se convirtió en excusa perfecta para tratar un tema que considero importante y que, me temo, sigue vigente hoy día. Todos hemos oído, por ejemplo, algo sobre esas costaleras de Córdoba a las que casi se les impide sacar su paso a la calle. Y como esas mujeres, muchas otras se han visto forzosamente excluidas de lugares o tareas vinculadas a estas fiestas por el simple hecho de ser mujer. Independientemente de la relación que cada cual tenga con la Semana Santa, es indignante que en pleno siglo XXI sigamos viendo cosas así. Aunque, en el fondo, no es más que una muestra casi sin importancia de todo el machismo que hay a nuestro alrededor. Pero yo no puedo callarme sin más. Por eso, he decidido rescatar ese texto.
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